sábado, mayo 22, 2010

CAUSA BEATIFICACION DEL PADRE ESTEBAN GUMUCIO



El Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo de Santiago, dio inició a la Introducción de la Causa de Beatificación y Canonización del PADRE ESTEBAN GUMUCIO VIVES SS.CC., durante una emotiva ceremonia realizada en la tarde de este jueves 20 de mayo.

Durante la ceremonia, a la que asistieron sacerdotes y religiosos de la congregación de los Sagrados Corazones, se firmó el decreto correspondiente y se constituyó el Tribunal para esta causa, el que será presidido por Padre Jaime Correa s.j. Entre los asistentes se encontraban el vice-postulador de la causa, Padre Enrique Moreno Laval ss.cc., en representación del postulador general, P. Alfred Bell, quien se encuentra en Roma; el promotor de justicia para esta causa, Padre Jaime Guzmán Astaburuaga, s.j. y el Vicario Provincial de los Sagrados Corazones, P. René Cabezón, entre otros. Actuarán como notarios los laicos Patricia Abarca y Cristián Venegas.

UN SERVIDOR EXTRAORDINARIO DE LOS MÁS POBRES
Al término de la ceremonia, el Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz, dijo que al abrirse el proceso de beatificación del religioso “se constituyó el Tribunal que se va a ocupar profundamente de la vida del Padre Esteban Gumucio, de sus obras, sus virtudes, de manera de llegar a la convicción de que vivió heroicamente la fe, la esperanza y la caridad. Una convicción que tienen muchas personas de nuestra Iglesia que lo conocieron personalmente, que admiraron la generosidad extraordinaria, la gratuidad de su amor. Que admiraron también la sabiduría que está plasmada en cantos muy hermosos que todos cantamos, y que admiraron su servicio extraordinario a los más pobres, a los más enfermos durante toda su vida, hasta el final”. Agregó que “no había persona que golpeara la puerta de su casa y que quería que él atendiere a un moribundo que no partiera el Padre Esteban inmediatamente antes que cualquier otro sacerdote joven”.

El Cardenal aseguró que para él “es un motivo de mucha alegría que podamos contar un día con la declaración que haga el Magisterio de la Iglesia con un nuevo beato y un nuevo santo. Desde luego que el Padre Esteban es sentido como un ejemplo precisamente por vivir el Evangelio de Jesucristo y por una cercanía con el Señor muy grande. Ese ejemplo es para todos los sacerdotes, para todos los religiosos y para tocos los bautizados y los chilenos. Con un profundo amor a nuestra patria, él se inclinó con gran amor a los más necesitados de nuestro pueblo. Da gusto haberlo conocido y espero que su ejemplo siga perdurando en nuestro país”.


UN EJEMPLO MARAVILLOSO
Por su parte, el vice postulador de la causa, Padre Enrique Moreno Laval, señaló que “para nuestra congregación significa un gozo inmenso haber asistido a la apertura de la causa de beatificación y canonización del Padre Esteban. Él fue un hombre muy querido para nosotros. Me atrevería a decir que nadie como él vivió la espiritualidad de la congregación. Ha sido como el padre de nuestra congregación en Chile y nos ha dejado un ejemplo maravilloso que nosotros quisiéramos asumir hoy día con la mayor responsabilidad. No podemos caer en un triunfalismo fácil pensando que eventualmente podríamos tener un nuevo Santo, sino más bien asumir la responsabilidad y llevar una vida tan coherente como él la llevó.

BIOGRAFÍA
EL P. ESTEBAN GUMUCIO nació en Santiago de Chile, el 3 de septiembre de 1914. Hijo de Rafael Luis Gumucio y de Amalia Vives, fue bautizado en la Parroquia de Santa Ana el 7 de septiembre del mismo año, con el nombre de Joaquín Benedicto. Cursó sus estudios de humanidades en el Colegio los Sagrados Corazones de Alameda. Ingresó a la Congregación de los Sagrados Corazones a los 18 años de edad. Después de haber efectuado sus estudios filosóficos y teológicos en la casa de formación de Los Perales, recibió el 17 de diciembre de 1938 en Valparaíso la ordenación sacerdotal de manos de Monseñor Rafael Lira Infante.

Desde inicios de 1964 es destinado a Santiago, donde funda una nueva parroquia en un naciente sector obrero del sur de la ciudad: la parroquia San Pedro y San Pablo, de la cual es su primer párroco, entre los años 1965 y 1971, en la cual continuó trabajando hasta su muerte.
El Padre Esteban desarrolló un muy amplio servicio de predicación de retiros al clero, religiosos, religiosas y laicos, a lo largo de todo Chile, y en países latinoamericanos. Una especial dedicación y afecto tuvo desde muchos años por el movimiento de Encuentros matrimoniales. En su ancianidad tuvo también un particular cuidado por ayudar a las personas de tercera edad, tanto a través de escritos, como por medio de jornadas y retiros.

En mayo de 2000 le fue diagnosticado un cáncer de páncreas. En la fiesta litúrgica del Buen Pastor, domingo 6 de mayo de 2001, a las 18,20 hrs. el Señor lo recibió en sus brazos.

ESCRITOR
Confiesa que su primera poesía la escribió a los 7 años, impresionado por una estampa religiosa en que aparecía Jesús llorando sobre la ciudad de Jerusalén. “Después, empecé a construir muchos cuentos. Luego, surgieron letras para canciones religiosas que aún perduran, como La Oración, El Peregrino de Emaús, El Ángelus, Camino del Viernes Santo, Jerusalén está en fiesta.
Después vinieron otros escritos, entre ellos algunos poemas y textos en prosa de gran calidad, llenos de su amor por Jesús, por los pobres, por todos los seres humanos; también otros que brotaron con fuerza, con convicción, a veces con “santa ira”, de la experiencia brutal en tiempos de la represión, como Carta a los Exiliados, Salmo Primero de Mayo, El Cristo del Patio 29, entre muchos otros.

Un hito importante en este contexto lo constituyó la composición de la Cantata a los Derechos Humanos., que se estrenó en noviembre de 1978 en la Catedral de Santiago. Se reestrenó veinte años después en el salón de honor del ex Congreso Nacional, y una vez más el 5 de mayo de 2001, el día previo a la muerte de Esteban, en el edificio Diego Portales.
Santiago, 20/05/2010

FUENTE: www.iglesia.cl

domingo, mayo 09, 2010

MADRES

ESTIMADAS (OS ) :

Un saludo especial a todas las madres...

A la madre que luchan día a día por sus hijos ... y familia.

A las madres que hoy luchan por reconstruir sus familias, viviendas y vidas

A la madre dueña de casa... a la madre que trabaja fuera de su casa.

A la madre que está acompañada y a la madre que está sola....

A las madres casadas.. y a las madres solteras.

A la madre que disfruta de salud y a la madre que está enferma.

A las madres con las que comparto en el diario vivir....

A las madres creyentes y las madres no creyentes

A mi madre…A mi esposa...A mi Hermana... A mi suegra..A mi cuñada

A las Madres que ya partieron...

A las madres de mi ciudad, a las madres de mi país, a las madres del mundo.

Señor.. Bendice a todas las madres del mundo, especialmente a las más necesitadas.

Tu inmaculado corazón misericordioso y compasivo es la fuente de las bendiciones que imploramos.


Con Afecto;


Christian Gautier Vallette

sábado, mayo 01, 2010

EL PADRE HURTADO Y EL TRABAJO HUMANO

ESTIMADOS (AS) :


Comparto con Uds, escrito del Padre Hurtado, relacionado con el trabajo humano :

Con mayor profundidad y riqueza que el comunismo la Iglesia ha logrado crear una auténtica mística del trabajo, en grupos de Acción Católica obrera. Movimientos como la J. O. C. y la L. O. C. no sólo han reconciliado al trabajador con su suerte, sino que le han inspirado amor por su trabajo, orgullo de su vida de trabajador, alegría de sacrificarse por los demás y una magnífica irradiación apostólica.


Estos grupos de luchadores obreros han logrado comprender que no puede haber escisión entre su vida religiosa y su vida profesional. El trabajo no es una tarea que han de soportar durante algunas penosas horas del día, las menos posibles, para escapar luego a su vida espiritual y cultural. No; el trabajo es para ellos su grandeza, su vida. En su trabajo cotidiano se santifican y tienen conciencia que mediante él están construyendo la ciudad terrestre, y colaborando con Dios el plan de redención sobrenatural.

El destino eterno del hombre está en armonía con su destino temporal. “Mi máquina trabaja conmigo, debo dominarla, admirarla, amarla; amarla porque ella me conduce a Dios siempre que me sirva cristianamente de ella”. “El fin de la producción es procurar a cada hombre hierro, lana, carbón, pero sobre todo procurar a cada uno de los trabajadores su parte de cielo…” “Amar mi máquina; entre ambos vamos fabricando la vida eterna”. Así meditan cada día miles de jóvenes obreros católicos.

El trabajador que comprende así la vida no es un proletario amargado que odia al que posee más que él y procura escapar de su clase social. Es un luchador que exige respeto para su persona, pues, tiene conciencia de lo que significa ser hombre e hijo de Dios; batalla por conseguir, en unión de los otros trabajadores, las condiciones para una vida respetable, pues sabe que se le deben en justicia como recompensa de un esfuerzo que él realiza con honradez, devoción, alegría y espíritu de servicio social.

Hay en el movimiento jocista un impulso de fe, de heroísmo, una exigencia de santidad que transporta a los tiempos de la primitiva Iglesia. Cuando esta doctrina prende en el alma de obrero, ese hombre es un santo y si es necesario un mártir, como santos y mártires ha producido a millares la juventud obrera, sobre todo en Francia y Bélgica, comenzando por su primer Presidente, Fernando Thonet, muerto en el campamento de concentración de Dacha, cantando y ofreciendo su vida por la clase obrera.

El obrero comprende además que él está llamado a ser apóstol de Cristo, el único responsable de la salvación de la clase obrera, participante del verdadero real sacerdocio de Jesús, pontífice supremo de la humanidad.

¡Obrero, Cristo te necesita!, es la palabra que resuena cada día en su alma invitándola al apostolado. Al llegar a la fábrica lee el letrero que está allí colocado: “Prohibida la entrada a todo el que no sea obrero”. Esto lo estimula: el sacerdote, el universitario no podrán entrar, pero allí está él para hacer penetrar a Cristo en la fábrica, y con él vendrán la justicia, la caridad, la alegría.

La dignificación del trabajador es el tema obligado de todas las grandes concentraciones jocistas. Recordemos lo ocurrido en una de ellas el 17 de julio de 1937 en el Parque de los Príncipes, de París, el hecho más importante de nuestro atormentado siglo. 80.000 jóvenes obreros habían venido a expresar su concepto de trabajo cristiano. En medio del parque un tosco altar de madera. Hacia él innumerables cortejos con sus instrumentos de trabajo desembocan como los brazos de un río, representando a las varias corporaciones. Todos querían construir la nueva ciudad cristiana cuyo arquitecto es Cristo.

Los cortejos avanzan y van construyendo el altar. De pronto desde una de las extremidades del estadio se adelanta un grupo de obreros. Innumerables antorchas escoltan una inmensa cruz blanca llevada sobre un lecho de rosas rojas. Es la cruz del Altar, dicen los muchachos obreros, símbolo de todos los sufrimientos de la clase obrera. La acaban de fabricar ellos, los carpinteros.

La voz del altoparlante, estremece el corazón de la turba: ¿Quién es ese Obrero, que marcha a paso igual que nosotros, que se asocia a nuestros trabajos… que no es de ninguna provincia, pero a quien todos los obreros del mundo proclaman su jefe?... ¡Es Él!, prorrumpen ochenta mil voces. ¡Es Él! Y un repique glorioso de campanas, llena los aires y … “nosotros hijos del siglo diecinueve, amargados y pesimistas, dice Muriac, no hemos podido impedir las lágrimas ante el espectáculo de esos muchachos obreros, optimistas en su martirio, curtidos por el trabajo, y transfigurados por la fe…” Allí en pleno París, a la luz de la noche estrellada, los obreros jocistas erigen la inmensa Cruz, signo de su liberación a cuya sombra ofrecerán junto con la santa Hostia su vida de obreros, sus amores, sus esperanzas en un porvenir mejor.

Pero alguien falta aquí, claman desde el otro punto del estadio cuarenta mil voces femeninas, como un repiqueteo de campanas pascuales. ¡No! Ella no puede falta. Y los obreros, un canto dulcísimo rasga la noche en París. “Obrera bendita entre todas las mujeres, enfermera de todas las almas; lucero de todas las mañanas de nuestra vida de trabajo. Virgen María!”

¡Somos jocistas! Cantamos la esperanza de un porvenir mejor. Un mundo nuevo surge del seno del dolor, traemos el mensaje de amor, de paz, de luz. Marchemos, compañeros, unidos en la acción, llevando al mundo obrero, la paz, la redención.

Al día siguiente en la Misa, celebrada por un jocista sacerdote, ¡perdón, Señor! gritan esas ochenta mil voces a la faz del mundo, porque el gran pecado del mundo moderno fue no haber querido a un Cristo social. Nosotros queremos abolir ese pecado.

¡Hijos del milagro!, les dijo entre sollozos, el gran Arzobispo de París, el Cardenal Verdier: “Jocistas, hijos del milagro os bendecimos… Han pasado sólo diez años. Ayer erais cuatro. Hoy sois quinientos mil los jóvenes obreros que ostentáis la espiga jocista en vuestros pechos… Jamás desde la Cruzada un impulso cristiano ha suscitado tanto entusiasmo en tantos corazones…Adelante, a conquistar el mundo”

Con decisión, con golpes de martillo sobre el yunque, esas ochenta mil voces valientes repiten: “Prometemos llevar a su término la revolución espiritual iniciada hace diez años… Prometemos devolver a Cristo a la clase obrera”.

La Juventud obrera católica nos da un precioso ejemplo de la concepción cristiana de la santificación de la vida por el trabajo cotidiano. Es en la brecha de la prosaica acción de cada día en la que encontraremos un camino seguro de santidad, pues como dice Pemán: “No hay virtud más eminente que hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”.


Fuente : Sitio Iglesia de Chile